Visitaba un puerto, un lugar muy sencillo, rodeado de naturaleza, y ver solo barcas me llevó al relato de un evento que tuvo lugar hace dos mil años, aún en día todos nos identificamos con este relato: Juan 6: 16-21.

Una noche oscura, los discípulos de Jesús estaban solos en medio de un mar turbulento (imaginate en un mar en medio de una tormenta). A pesar de remar arduamente, llegar a su destino parecía humanamente imposible.

Un escenario como éste, representa situaciones por las cuales pasamos en nuestra vida humana: en fin toda clase de problemas y esos problemas se asemejan a la agitación del mar. ¿Si la historia de los discípulos hubiera terminado allí, qué pasaría? nosotros estaríamos sin esperanza alguna, aparentando ser valientes, cuando interiormente estamos afligidos, desgastados y desanimados…

Pero… SORPRESA! En esa situación desesperada llegó Jesús caminando sobre las aguas y se acercó a la barca. Él es el único quien puede caminar sobre el mar tempestuoso de la vida humana al reinar sobre las olas.
Todos los problemas están bajo sus pies.
Así como los discípulos sintieron temor cuando lo vieron caminar sobre las aguas, tal vez también sientas temor por Jesús. Mas Él les dijo: “Yo soy; no temáis”.

Sigue la historia: “Ellos entonces estuvieron dispuestos a recibirle en la barca, e inmediatamente la barca llegó a la tierra adonde iban”.

Hoy día, estas palabras siguen siendo buenas nuevas para nosotros. El Señor Jesús quiere entrar en nuestra vida turbulenta como aquel que puede darnos paz y llevarnos a nuestro destino con seguridad. Pero esto ocurre si permites, al igual que los discípulos, dejarlo subir en nuestra barca, nuestra vida.

Mientras te encuentras luchando al remar en contra del mar agitado, Cristo está aquí esperándote para que le aceptes.
Puedes invitar al Señor Jesús para que entre en tu vida. Simplemente abre tu corazón y dile:

“Señor Jesús, ¡te necesito! Gracias porque me amas y por venir como un hombre humilde a este mundo tan lleno de problemas. Quiero que entres a mí vida, abro mi corazón porque creo en tí y te recibo ahora mismo como mi Señor y Salvador. Gracias por morir por mí. Perdona todos mis pecados y hazme la persona que tú quieres que sea. Amén.”

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Categories: Testimonios

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