“He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel.” Salmo 121:4

Recuerdo que aquel día, me había organizado para ir al mecánico a revisar mi auto. Cuando estaba a punto de salir de casa, le pregunto a uno de mis sobrinos que se encontraba pasando la tarde conmigo, si deseaba ir como desde un principio me había expresado. Como cosa de Dios, me dijo que no. Luego mi hija mayor, que minutos atrás había regresado del trabajo, también me expresó que quería acompañarme. Pero como yo tenía unos alimentos en la estufa que se estaban cocinando para el almuerzo, le pedí que mejor se quedara para ayudarme a vigilar los mismos.

Entonces, emprendí mi camino hacia el mecánico. Para mi sorpresa, cuando estaba a poca distancia de allí, fui fuertemente impactada por la parte de atrás de mi auto. Sí, un busito me había chocado. Dios es tan grande, que mi impresión en el momento fue gritar: “¡Dios mío!” e intenté frenar los más que pude. Ni siquiera pude moverme. Mi asiento se hizo completamente hacia atrás y quedé acostada. También agradezco a Dios, que tenía cinturón puesto.

Luego, cuando el auto se detuvo esperé unos minutos más para poder revisarme. Gracias a Dios, no tenía ninguna lesión externa ni sangre por ningún lado. Para mayor admiración, milagrosamente, el auto había ido a parar a un lote baldío, específicamente, en medio de dos árboles súper grandes, que de no haber sido así otra historia se estuviese contando. Recuerdo, que una señora le compartió a mi hija, que ella había presenciado el accidente, porque un bus de la ruta en el que ella viajaba pasó cerca en ese momento. Además le añadió: “Lo que le ocurrió a su mamá fue un milagro. En el bus nos asombramos de cómo ese carro fue a parar, justamente, en el lote que estaba vacío en medio de los dos árboles”. 

Después, unas personas se acercaron a socorrerme. Y Dios es tan grande, que una de ellas era enfermera y me brindó los primeros auxilios. Dándose cuenta, que yo tenía la presión altísima. Las pastillas para esto, se encontraban en mi bolso así que me las pudieron facilitar. Una vez más, la mano de Dios se hacía evidente.

Hoy día puedo agradecer a mi Padre Celestial por haber guardado tanto mi vida como la de mi sobrino e hija, por tomar el control de mi auto, por dirigirlo hacia un lote baldío, por ubicarlo en medio de esos dos árboles, por enviarme personas que me socorrieran, por las llamadas pertinentes que ellos se encargaron de hacer, entre muchas otras cosas.

Sí, fui llevada al hospital donde permanecí once días debido a una pequeña fisura que el doctor encontró en mi cervical  y otros exámenes que querían realizarme para descartar cualquier otra anomalía. Allí descubrí otros asuntos de salud que no sabía que tenía y debía tratar; además fue una gran oportunidad  para hablar del amor de Dios a otros y compartirles una oración de sanidad sobre sus vidas. ¡Bendiciones!  

Atentamente,

Indira Morales de Altamiranda

“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.” Romanos 8:28

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Categories: Testimonios

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