Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir.
– Salmos 32:8.

Existen cambios buenos, muy positivos, que nos benefician y nos hacen sentir bien, pero también hay cambios difíciles de lidiar o difíciles de aceptar.

Hubo un hombre en la biblia que pasó por un proceso similar, este hombre se llama Moisés, tanto él como su familia de sangre tuvieron que enfrentar cambios y tomar decisiones difíciles.

Cuando Moisés era tan un solo un bebé su madre tuvo que tomar la decisión de dejar su hijo en una cesta para salvarlo y enfrentarse a qué su hijo no crecería junto a ella.

Como sabes Moisés creció y fue criado en un palacio de Egipto con todas las comodidades. En una situación un poco complicada por una mala acción tuvo que huir hacia el desierto. Moisés se tuvo que olvidar de todas sus comodidades, tuvo que enfrentar el hecho de que quizás no iba a poder volver a ver a su familia, a los suyos.

En todo ese proceso Dios estuvo con Moisés y lo más importante Moisés estuvo presto a oír la voz de Dios y no solamente a eso, sino que también se dejó guiar. Dios lo puso por líder del pueblo de Israel.

Comprender el por qué suceden las cosas es muy difícil, pero debemos estar confiados en que si somos guiados por Dios al final del camino todo valdrá la pena.

Entiendo que los momentos en que tu vida cambia repentinamente son difíciles, pero el incomprensible amor de Dios te ayudará a entender el proceso. Moisés no era alguien que nació con poderes especiales, él era un ser humano como tú y yo, pero qué tenía su mirada fija en Dios. Al igual que él nosotros también podemos tomar la decisión de enfrentar nuestros cambios no solos sino con el Señor a nuestro lado, recuerda lo que dice su palabra:

Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas. Josué 1:9.

El Señor mismo irá delante de ti, y estará contigo; no te abandonará ni te desamparará; por lo tanto, no tengas miedo ni te acobardes.
– Deuteronomio 31:8.

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