Te tomaré como pueblo mío y seré tu Dios. Entonces sabrás que yo soy el Señor tu Dios, quien te ha librado de la opresión de Egipto. Te llevaré a la tierra que juré dar a Abraham, a Isaac y a Jacob; te la daré a ti como tu posesión exclusiva. ¡Yo soy el Señor!”.
– Éxodo 6:7-8

En Éxodo 6:7, Dios hace una promesa increíble a su pueblo. Promete hacer de ellos una familia -su familia- y darles un futuro.

Cada año, los judíos celebran estas promesas durante una comida llamada la Pascua. Es la misma comida que Jesús celebró con sus seguidores en la Última Cena.

Mientras comían, Jesús tomó un poco de pan y lo bendijo. Luego lo partió en trozos, lo dio a sus discípulos y dijo: «Tómenlo y cómanlo, porque esto es mi cuerpo». Y tomó en sus manos una copa de vino y dio gracias a Dios por ella. Se la dio a ellos y dijo: «Cada uno de ustedes beba de la copa, porque esto es mi sangre, la cual confirma el pacto entre Dios y su pueblo. Es derramada como sacrificio para perdonar los pecados de muchos. Acuérdense de lo que les digo: no volveré a beber vino hasta el día en que lo beba nuevo con ustedes en el reino de mi Padre». Luego cantaron un himno y salieron al monte de los Olivos.
– Mateo 26:26-30

Esa noche, Jesús no bebió la cuarta copa que simbolizaba esta promesa de ser el pueblo de Dios. En cambio, Jesús esperaría a beber esta copa con los discípulos mientras celebran el cumplimiento de todas las promesas de Dios en el cielo.

Cuando tenemos una relación con Jesús, nosotros también podemos vivir anticipando esta celebración. Jesús nos redimió para que pudiéramos unirnos a Él y al resto de nuestros hermanos y hermanas en su mesa del banquete en el cielo.

Y el ángel me dijo: «Escribe esto: “Benditos son los que están invitados a la cena de la boda del Cordero”». Y añadió: «Estas son palabras verdaderas que provienen de Dios». – Apocalipsis 19:9

Aunque la promesa de Dios de convertirnos en su pueblo se cumplirá por completo en el cielo, no tenemos que esperar para experimentar la alegría que supone conocerle. Dios se nos da a conocer a través de su Espíritu, su Palabra y su pueblo.

Dios nos ha dado la oportunidad de reflejar lo que será su reino ahora mismo, aquí en la Tierra. Pasamos del \”yo\” al \”nosotros\” cuando nos conectamos con otros en la iglesia. Cuando vivimos y servimos junto a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, es natural que haya alegría y alabanza, porque estamos haciendo lo que hemos hecho para siempre en el cielo.

Mientras esperamos ese banquete celestial, festejamos con nuestra familia de creyentes aquí sirviendo juntos, riendo juntos, llorando juntos y cuidando unos de otros. Cuando entendemos lo que significa ser parte de la familia de Dios, no podemos dejar de alabarlo.

Oración:
Dios, Gracias por no dejarme hacer esta vida solo. Ayúdame a conectar con la familia que me has dado aquí en la Tierra para que pueda experimentar más plenamente la alegría y darte gloria.

Así que te reto a que tomes un momento para reflexionar sobre tus relaciones con los demás en la iglesia:

  • ¿Cuándo fue la última vez que te reíste hasta que te dolió?
  • ¿A quién llamarías a las 2 de la mañana si necesitaras algo?
  • ¿Quién te anima en tu fe y te señala a Jesús?

Si tuviste una respuesta a esas preguntas, deja que esas personas sepan cuánto las aprecias y busca oportunidades para hacer crecer esas amistades.

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