¿Alguna vez has tomado una mala decisión que te ha causado tanta vergüenza que no has querido volver a mostrar tu cara en público?

El pecado puede hacernos sentir lo mismo al acercarnos a Jesús. A menudo, una mala decisión o un momento de debilidad nos causa tanta vergüenza que pensamos que no podemos hablar más con Jesús, como si pudiésemos hacer que Jesús dejara de amarnos.

En Juan 21, Pedro lucha con estas mismas emociones. Pedro renegó de Jesús tres veces la noche antes de ser crucificado y la última vez fue en la cara de Jesús. Pedro estaba tan desconsolado por lo que había hecho, que se retiró con asco y decepción. Sin saber qué hacer o a dónde ir, Pedro y los discípulos volvieron a lo que hacían antes de conocer a Jesús. Fueron a pescar.

Debido a las emociones de Pedro, la aparición de Jesús en la orilla del Mar de Galilea fue mucho más dulce. Aparecer en el lago fue milagroso. También fue una poderosa demostración de que nada de lo que hicieran los discípulos podría separarlos del amor de Jesús.

En Romanos 8:38-39, el apóstol Pablo describe el amor de Jesús de esta manera: \”Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor.\”

Mientras Jesús y Pedro hablaban en la playa, Jesús le recordó a Pedro que estaba salvado y que era amado, y que nada lo cambiaría ni se lo quitaría. En este momento decisivo, Pedro se comprometió a seguir a Jesús, y la identidad de Pedro cambió de una vez por todas.

 

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