Correr un maratón no es algo que simplemente despertemos y hagamos. Desarrollar la resistencia para terminar una carrera de 26.2 millas requiere meses de entrenamiento físico estricto. Levantarse cada mañana y correr, lo desee o no, requiere compromiso y disciplina.

Si bien hay beneficios físicos para este tipo de entrenamiento: piernas fuertes, un corazón sano, abdominales perfectos, también hay un beneficio espiritual para aprender en la disciplina.

En 1 Timoteo 4, Pablo compara el impulso que nos lleva a terminar bien la vida cristiana con el impulso que se necesita para entrenar para una carrera.

Habrá mañanas en las que no tengamos ganas de leer la Biblia. Habrá domingos donde no tenemos ganas de servir. Habrá personas que no queremos perdonar. Pero al igual que el atleta que se esfuerza por alcanzar su objetivo, tomamos una decisión consciente cada día para superar nuestros sentimientos y circunstancias para seguir a Jesús.

La diferencia entre el entrenamiento físico y el entrenamiento mental es la recompensa.

Pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no solo para la vida presente, sino también para la venidera.”
– 1 Timoteo 4: 8

La medalla que recibimos al final de una carrera no es nada en comparación con la fuerza espiritual que recibimos cuando aprendemos a valorar la disciplina. Esforzarse por alcanzar objetivos físicos es un gran objetivo. Pero luchar por la piedad tiene valor en esta vida y en la venidera.

En que debemos reflexionar :

  • ¿Cuál es un área de tu vida espiritual donde te falta disciplina?
  • ¿Qué es lo más que has trabajado para alcanzar una meta? ¿Qué te enseñó esa experiencia sobre disciplina y perseverancia?
  • ¿Cómo puedes aplicar algunas de las lecciones que aprendiste en esa experiencia para ser más disciplinado en tu vida espiritual?

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Categories: Devocional

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