Te invito a leer Romanos 8:1-31

¿Por qué Dios nos hace esperar?

¿Alguna vez te has hecho esta pregunta? Dios es todopoderoso, así que ¿por qué no arregla nuestras circunstancias y elimina nuestro dolor en el momento en que nos salvamos? La Biblia responde a esas preguntas en algunos lugares. Por ejemplo, Pedro nos dice que Dios es misericordioso y bondadoso, y que quiere que el mayor número posible de personas lo conozcan.

Pero también hay un trabajo que Dios quiere hacer en nosotros mientras esperamos. Cuando pedimos a Jesús que entre en nuestras vidas, nuestro espíritu se perfecciona. Pero nuestro cuerpo y alma – lo que hacemos, y lo que pensamos y sentimos – están todavía lejos de ser perfectos.

Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús; y porque ustedes pertenecen a él, el poder del Espíritu que da vida los ha libertado del poder del pecado, que lleva a la muerte. – Romanos 8:1-2

Llegamos a la familia de Dios llenos de pecado, llenos de dolor y llenos de mucho equipaje de nuestro diario vivir. Por eso, desde el momento en que nos salvamos hasta el día en que Jesús regresa, Dios nos enseña los valores de esta nueva familia en la que hemos sido adoptados. No lo hace dándonos una lista de reglas a seguir, sino dándonos el Espíritu Santo como guía.

A medida que escuchamos al Espíritu Santo y seguimos su guía, nuevos deseos desplazan a los antiguos. Liberarnos de nuestra vieja forma de hacer las cosas es un proceso que dura toda la vida y que requiere de nuestra participación.

Tenemos que estar dispuestos a admitir que tenemos problemas. También tenemos que permitirnos pensar de forma diferente. Puede que incluso tengamos que cambiar nuestras influencias, rodeándonos de personas, programas o pasatiempos diferentes.

La ley de Moisés no podía salvarnos, porque nuestra naturaleza pecaminosa es débil. Así que Dios hizo lo que la ley no podía hacer. Él envió a su propio Hijo en un cuerpo como el que nosotros los pecadores tenemos; y en ese cuerpo, mediante la entrega de su Hijo como sacrificio por nuestros pecados, Dios declaró el fin del dominio que el pecado tenía sobre nosotros.  – Romanos 8:3

Pero aunque parezca una locura, la verdadera libertad viene de la sumisión. Antes de Jesús, nos pasamos la vida persiguiendo lo que nos hace sentir bien y haciendo lo que pensamos que es correcto. Y al final, nunca nos sentimos satisfechos.

Cada vez que seguimos al Espíritu Santo, nos parecemos un poco más a Jesús y un poco menos a lo que solíamos ser. La confianza en que somos hijos de Dios sustituye al conocimiento de que somos hijos de Dios. Y ahí es donde comienza la verdadera aventura.

Oración:
Dios, Gracias por morir para salvarme y por enviar al Espíritu Santo para guiarme. Libérame de mi vieja forma de pensar y de cualquier equipaje que aún lleve encima. Muéstrame dónde tengo que pensar de forma diferente y seguir tu ejemplo.

 

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